El proceso creativo no entiende de guerras, revoluciones, hambrunas o falta de medios. Por eso, durante los años de Guerra Civil Rusa, exactamente entre 1919 y 1921, un grupo de intelectuales rusos decidió abrir las puertas de su librería a los escritores que desearan ver sus obras en manos de algún lector que pudiera comprarlas. La librería era conocida como la Librería de los Escritores, y estuvo en activo desde 1918 hasta 1922.
El problema de la publicación no era la censura (no existía), sino las dificultades económicas que encontraban los editores y escritores para pagar el papel y la tinta. Fue por ello por lo que la librería optó por aceptar libros que hubiesen sido escritos e ilustrados por los propios autores. En palabras de Mikhail Ossorguin – uno de los fundadores de la librería y encargado de la labor de selección de las ediciones autógrafas, como eran denominadas –: « Esta empresa había empezado un poco como una ocurrencia, como una especie de broma, y luego resultó que estos libros podían hacer vivir a sus autores, y muchos se dedicaron a ellos seriamente. Sacábamos pocas obras, pero las vendíamos muy caras, contando con los aficionados a los autógrafos. De este modo fueron “editados” doscientos cincuenta libros (treinta y tres autores), y se vendieron todos hasta el último».
Fueron años duros y sangrientos, de penuria, hambre y guerra, pero también de sueños y utopías. La inflación del momento provocó que los libros no valieran nada y algunas reliquias literarias fueran intercambiadas por unos cuantos puñados de harina o azúcar. Resulta sobrecogedor y didáctico leer las pequeñas memorias de esta librería, escritas por el propio Ossorguin, porque no solo se ciñen a describir un momento narrado desde múltiples puntos de vista, sino que forman parte del camino de la literatura, en especial de la historia del libro ruso.
Dejando a un lado la importancia que tuvo esta librería en la vida cultural moscovita, es necesario destacar la pasión que sentían sus fundadores por la literatura y los libros. Pavel Muratov, Mikhail Lund, Nikolai Minaiev, Vladislav Khodassevitch, Boris Griftsov, Alexandre Iakovlev, Boris Zaitsev, Nicolas Berdiaiev, Alexei Djivelegov, E. Dilevskaia y Mikhail Ossorguin. Son nombres para la mayoría desconocidos pero cuya actitud es compartida por aquellos que sentimos devoción por la literatura. Poco importaba que fueran anónimos o jóvenes sin experiencia. Lo realmente crucial era el objetivo que se habían propuesto y que cumplieron durante años, hasta que en 1922 tuvieron que cerrar y vender la librería. Cada uno recibió la misma cantidad que había invertido cuatro años atrás: doscientos rublos.
Merece la pena rebuscar por las librerías para dar con un ejemplar de La Librería de los Escritores. Es un texto breve con una historia inolvidable y necesaria.
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